Científicos británicos modificaron los genes del microbio del intestino grueso para que sea capaz de producir gasoil apto para mover un auto sin necesidad de transformar su motor. Se trata de un logro que revolucionará el planeta si se consigue sortear los múltiples obstáculos que quedan para su comercialización a gran escala
La bacteria Escherichia coli es el ser vivo más estudiado por el ser humano y, desde la década de 1970, los científicos hacen malabares con sus genes para conseguir, por ejemplo, que produzcan insulina para la diabetes o unas proteínas empleadas para el tratamiento del cáncer, los interferones. Ahora, un grupo de investigadores británicos ha modificado los genes del microbio para que fabrique un biocombustible que imita las propiedades del petróleo.
Las implicaciones del logro, publicado en la revista PNAS una de las más prestigiosas del mundo, son monumentales. El transporte consume actualmente el 60 por ciento de la producción mundial de petróleo y se espera que su demanda se dispare desde los 85 millones de barriles al día de 2007 hasta 104 millones en 2030.
Disponer de un ejército de bacterias produciendo combustible, sin necesidad de depender de países petroleros como Rusia, Arabia Saudí o Irán, está más cerca de dejar de ser ciencia ficción, pero todavía quedan “desafíos para su comercialización”, como reconoce John Love, director del grupo de biocombustibles microbianos de la Universidad de Exeter. Actualmente, “el costo de un litro de gasoil bacteriano sería de miles de dólares, es demasiado alto”, explica.
Love y sus colegas han aislado genes de otras especies de bacterias y han preparado un cóctel con ellos en el interior de la Escherichia coli. Han utilizado, por ejemplo, genes de Photorhabdus luminescens, una bacteria que emite luz y es letal para los insectos. El microbio transgénico resultante es capaz de convertir ácidos grasos en hidrocarburos “estructural y químicamente idénticos” a los del diesel.
“Si todo va bien, este tipo de combustibles se podría usar dentro de 10 o 15 años. Como son réplicas exactas de combustibles fósiles, la persona que llene el tanque del coche en la estación de servicio no se dará ni cuenta de que está usando un biocombustible”, opina Love.
Con el aporte de Shell
La petrolera Shell ha financiado su proyecto “durante varios años”, pero el investigador no detalla con cuánto dinero “por razones de confidencialidad comercial”. El equipo de Love trabaja ahora para optimizar el proceso, buscando un sustrato de escaso valor en el que las bacterias puedan proliferar y tratando de que los microbios consuman menos energía por cada unidad de hidrocarburo que producen.
Los actuales biocombustibles, a base de etanol o de biodiésel procedente de aceites vegetales, no son completamente compatibles con los motores más modernos y con menores emisiones de CO2. Como mucho, representan entre el 10 y el 20 por ciento de una mezcla con derivados del petróleo que hace que el coche funcione. Sin embargo, el gasoil bacteriano sí funcionaría en los motores actuales sin necesidad de ninguna revolución tecnológica, según Love.