Desde hace una década, el Secretario Adjunto del Sindicato de Petroleros de Córdoba (Sinpecor), Juan Bonada, atesora peripecias que le tocó vivir como dirigente petrolero y que ahora recopiló en un libro. Cuenta anécdotas, vivencias, logros, fracasos y cruces con los expendedores.
Entrevista con Juan Bonada, Secretario Adjunto de Sinpecor, autor del libro “El desafío de una elección”
¿Cuáles son los temas que presenta en el libro?
Narro la historia del Sindicato Petrolero de Córdoba a partir del año 1946, cuando el primer gobierno de Perón sancionó el Estatuto de Obreros del Petróleo, que regulaba las condiciones de trabajo de todos los obreros petroleros de la actividad privada, no estatal y la lucha para obtener la Personería Gremial.
Cuento la tarea que significó integrar una organización que legalmente represente a todo trabajador que dedicado a la actividad petrolera, se desempeñen en las grandes, medianas o pequeñas empresas que funcionen en todo el territorio de la Provincia, agencias y depósitos de combustibles y lubricantes, reparación de surtidores, estaciones de servicio, garajes, transportistas de petróleo, repartidores de kerosene, y en otros servicios auxiliares relacionados con dichas actividades, tomando como base el Estatuto de Obreros del Petróleo sancionado por el Gobierno de la Nación en el año 1946, mediante Decreto Nº 15.356, Ley 12.921 y la desafiliación de la Federación Argentina Sindical de Petroleros y a partir de allí el crecimiento institucional.
Hoy nuestros afiliados cuentan con una obra Social propia, becas para los hijos, premios al estudio, cursos de capacitación y formación, talleres culturales, fondo compensador para nuestros jubilados, préstamos para la construcción de la vivienda, la tradicional caja navideña, set escolares, viajes para la salud y esparcimiento, colonias de vacaciones propias, nuevos destinos contratados dentro y fuera de la provincia y así podemos seguir enumerando muchas cosas más. Pero lo más importante, a mis compañeros presentes quiero decirles, pretendemos cumplir una función auténticamente docente, en primer lugar hacia el interior del Sindicato, pero también de fronteras afuera, hacia la comunidad.
¿Cómo fue el proceso de producción?
En realidad esta historia comenzó hace aproximadamente 10 años, cuando empecé escribirlo en mi casa en una notebook. Había redactado la mayor parte pero fui visitado por ladrones y allá fue mi escrito, Después empecé a hacerlo nuevamente, esta vez en el Sindicato, pero un técnico, por error no sé dónde puso el dedo y nuevamente me borró lo escrito. Pero insistí y pude terminarlo hace unos meses. De su edición yo no lo conocía. Fue una sorpresa.
¿Cuáles experiencias y anécdotas podría recordar que estén plasmadas en el libro?
El desafío que me significó haber elegido trabajar en un sindicato, ya que en mi temprana edad, la providencia me ofreció múltiples caminos y hoy estoy seguro que no me equivoqué en tomar éste, que está relacionado con el servicio a los más humildes: los trabajadores.
Cito una anécdota que cuento y que titulé: MI BAUTISMO. Habían transcurrido algunos meses de mi presencia en el Sindicato, en los que diariamente ingresaba más temprano de lo previsto y luego de limpiar el local, me dedicaba a leer las leyes vigentes que se encontraban en la biblioteca de la sede gremial, para poder capacitarme. Así estudié la de Asociaciones Profesionales, la de Trabajo, como el Decreto 33.302/45, las de Seguridad Social, la de Paritarias, etc. y los interrogantes y dudas de interpretación que se me presentaban, me eran satisfechas generalmente por Borelli y otras por Vives.
Una tarde Borelli (emblemático Secretario General del Sinpecor) me manifestó que se hacía necesario que fuera adquiriendo experiencia en la atención de los permanentes reclamos que hacían los trabajadores y me alcanzó la denuncia de uno de ellos, que había sido despedido. El empleador, según dijo el trabajador, le había colocado una lata de aceite en su bolso que se encontraba guardado en el vestuario del personal y cuando se retiraba a su domicilio lo interceptó con un escribano que dejó constancia del hecho y le notificó el despido con causa. (maniobra que aún en estos días, lamentablemente, es utilizada por muchos empleadores que intentan de esta manera evitar el pago de indemnizaciones a trabajadores con mucha antigüedad, despreciando como personas a quienes le han servido toda una vida, posibilitando su crecimiento económico).
En casos como este, me dijo, era prioritario que nuestra gestión lograse la reincorporación del trabajador, o como otra instancia, acercar las posiciones de las partes, conciliando el pago de las indemnizaciones, convenciendo al empleador de que éstas no eran un premio, por el contrario era un paliativo que ayudaría al trabajador y a su familia a subsistir hasta conseguir otro trabajo. El castigo no era dejar de pagar, suficiente había sido dejarlo sin trabajo.
Al día siguiente debía acompañarlo a una audiencia de conciliación que se realizaría en el Departamento Provincial del Trabajo en calle Independencia 553. Así lo hice. Cuando llegó la hora, el secretario de audiencia llamó a las partes. Como Borelli no había llegado, sorprendido y temeroso, manifesté que yo había venido en representación del Sindicato, pero que también lo haría él y lo esperaría; en representación del empleador lo hizo otra persona.
Pasada media hora, el funcionario me dijo que no podía esperar más tiempo, porque había vencido la tolerancia legal. Nervioso y sin casi poder balbucear palabras, intenté una tímida defensa. Fue en vano ya que Cortés me increpó: – ¡podrías aprovechar tu juventud para estudiar y no para defender a ladrones!, me dijo, manifestando finalmente que la decisión de la empresa estaba tomada y que debíamos agradecerle que no habían denunciado penalmente el hecho, agregando que si el obrero tenía algo que reclamar, lo hiciera por la vía judicial, y que declinaba la jurisdicción del Departamento Provincial del Trabajo.
Humillado, por lo que consideré un fracaso personal, pero más que todo, no por el agravio, sino por la frialdad e insensatez de Cortés y la pasividad e inoperancia de un funcionario que solamente se limitaba a escribir, sin intentar siquiera cumplir medianamente con las funciones específicas de su cargo, que era la conciliación precisamente, me senté en la escalinata sobre la calle a lagrimear como un niño; alcancé a divisar a Borelli que llegaba y me abalancé en sus brazos sin poder contener el llanto. Pasado el momento, ya recuperado emocionalmente, le explique lo acontecido. Se disculpó, mientras me palmeaba, por no haber podido llegar a tiempo (creo que lo hizo adrede) y risueñamente me narró que a él le había sucedido algo parecido, cuando siendo Secretario General el compañero Avilés, éste faltó a una audiencia de conciliación y debió enfrentar a los directivos de su propia empresa, en similares circunstancias.
Una experiencia que en algún momento sabía que debía afrontar, que no me amilanó, por el contrario me ayudó a despojarme de mis inhibiciones y me dejó muchas enseñanzas para mi futuro, ya que me hizo palpar en la realidad, la explotación ambiciosa y desmedida de un empleador y la desesperación y angustia de un trabajador cuando es injustamente discriminado, maltratado, sometido.
También pude entender en su verdadera dimensión, la misión única y específica, a la que estaban llamados los representantes obreros: jugarse entero, sin claudicaciones, en defensa de la clase trabajadora. Después, todo me resultó mucho más fácil.
¿Qué valor emotivo tiene haber editado un libro sobre su experiencia en la actividad?
Como digo en el prólogo: El haber podido relatar sucesos, transferir anécdotas y pintar, en forma descriptiva, episodios de una tarea orientada a canalizar esfuerzos individuales, transformándolos en solidarias acciones grupales. Esfuerzos unidos para asegurar los derechos de los trabajadores.
¿Por qué recomendaría leerlo?
Lo recomendaría porque de su lectura se desprende el trabajo de una comunidad que ha asumido sus responsabilidades, respetando los derechos ajenos, colaborando con los demás, sintiendo como propias las necesidades del trabajadores, actuando con sentido de responsabilidad, verdad, justicia, amor y libertad, que son los fundamentos de la convivencia humana.